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Aidan White: "Los empresarios mediáticos han abandonado la idea de misión en el periodismo"

Por @cdperiodismo

Publicado el 11 de octubre del 2011

Foto: unav.es/nuestrotiempo/es/

El periodista Álvaro Guzmán publicó una entrevista al  secretario general de la Federación Internacional de Periodistas, Aidan White, en Nuestro Tiempo, la revista cultural de la Universidad de Navarra.

En este texto, “cuestiona el actual modelo mercantil de la prensa, atiza a los periodistas serviles con el poder y propone fórmulas para recuperar la credibilidad de la profesión”.

Ha mencionado alguna vez que hoy se ciernen sobre el periodismo dos grandes amenazas: la falta de libertad de expresión y la precariedad laboral. Empecemos por la primera.

Siempre ha habido y siempre habrá amenazas para los periodistas que pretenden pedir cuentas al poder. Hay gente poderosa que no quiere que se cuenten determinadas historias. Y los periodistas que hacen preguntas e insisten en desvelarlas se meten en problemas. Entre la gente poderosa puede haber líderes de la comunidad, líderes religiosos, políticos, mafiosos… Todos los años hay docenas de periodistas señalados como objetivos y asesinados por hacer su trabajo. Esto ocurre sobre todo en países que sufren disputas sociales e inestabilidad política. Hay además periodistas que sufren amenazas y violencia, hay periodistas encarcelados… Entramos así en otra área que puede llamarse intimidación oficial o de Estado, y que consiste en usar la ley para suprimir a los periodistas y su trabajo. En fin, que en muchos países las amenazas son físicas. Y cuando no son físicas, puede que sean legales.

Respecto a la precariedad laboral…

El ambiente en el que trabajan los periodistas no facilita que cumplan la función que tradicionalmente se les atribuye. Sin ponernos demasiado pretenciosos, podríamos decir que la misión de un periodista es básicamente producir buenas historias, investigar, reunir información precisa, y trabajar con independencia. Todo esto es mucho más difícil de hacer cuando los empresarios de la comunicación ya no invierten en periodismo. Les parece que el periodismo no es un buen cauce para ganar dinero. Han cerrado cientos de cabeceras en Estados Unidos, Gran Bretaña y muchos lugares de Europa. En España la industria de periódicos también vive una pesadilla. Incluso diarios como El País –al que hace 30 años se veía como un símbolo o un emblema de la democracia– no tienen garantizado el futuro. Hoy los empresarios del periodismo gastan menos en los aspectos estrictamente profesionales. Y si no tienes suficiente tiempo para investigar y para comprobar los datos, si estás constantemente bajo presión para alimentar a ese animal voraz que funciona 24 horas al día y siete días a la semana, te enfrentas a una dificultad inmensa para hacer buen periodismo. La presión es muy fuerte, y una de las razones es que los empresarios mediáticos han abandonado la idea de misión en el periodismo. No le dan ninguna importancia.

¿Cree entonces que la práctica del periodismo ya no está movida por valores periodísticos?

Pienso que es más bien al revés. Los periodistas que quieren hacer buen periodismo sienten que no pueden hacerlo en los medios tradicionales. Y por eso se ven obligados a trabajar de manera independiente, o se dedican a algo diferente. Esto ocurre porque hay una separación entre los medios de comunicación y el periodismo. El reto es justamente el de convencer a los medios de que vale la pena invertir en periodismo de interés público.

Parece un objetivo complicado, dada la creciente concentración de medios.

La verdadera pregunta que hay que hacerse es quién va a pagarlo. Realmente, puede ser que en un futuro próximo no haya un modelo de mercado del sector privado capaz de mantener al periodismo. Quizá ya no podamos esperar que el periodismo sea rentable. En muchas partes de Europa hay ahora mismo historias que no se están contando, y que necesitan contarse, desde reuniones de magistrados a plenos de ayuntamientos. Hay gente poderosa que se reúne, y a la que nadie sigue. No se cuentan sus decisiones porque nadie paga a los periodistas por hacer esas noticias: no se gana dinero con ellas. Y puesto que el periodismo tiene una función en cualquier democracia, la cuestión es encontrar otra forma de asegurar que ese trabajo se hace. Vivimos en una época con un formidable nivel de libertad de expresión, pero no disponemos de las estructuras que nos proporcionen información de calidad. No tenemos garantizado el tipo de información que queremos en una democracia.

¿Se refiere a estructuras empresariales?

Tal vez necesitemos estructuras públicas. Por ejemplo: en muchos países, el Estado o el contribuyente pagan por una serie de cosas que no son rentables, pero que se promueven porque son importantes para el país: galerías de arte, museos, bibliotecas, la ópera, un ballet, una orquesta filarmónica… No se puede ganar mucho dinero con ese tipo de iniciativas, y por eso el Estado hace una contribución: se supone que son parte de la tradición cultural democrática de un país. No hay un solo país en Europa que cuestione la importancia de invertir dinero para mantener una pluralidad cultural. Por eso reciben subsidios los teatros y la ópera. ¿Por qué no actuar del mismo modo en términos de pluralidad informativa? Nadie se lo ha planteado hasta ahora porque nunca lo hemos tenido que hacer. En el pasado han existido dos ámbitos –privado y público– que han funcionado juntos sin problemas. El sector público ha estado siempre más centrado en la radio y la televisión. Ahora, con el sector privado desmoronándose, todo lo que queda son las emisiones públicas, que no son suficientes, y que necesitan reformarse. Estamos en un periodo histórico de cambio. Debemos pensar cuál es la arquitectura que necesitamos para dotar de apoyo público al periodismo, y para que haya medios de interés público que puedan mantenerse al margen de los tentáculos de la política partidista. Hay que idear estructuras que lo faciliten.

No parece fácil…

En muchos países existen consejos u organismos independientes que funcionan como gestores. El gobierno los provee de fondos y ellos los distribuyen donde les parece más oportuno, en una ópera o en una galería de arte. Es un sistema que funciona bien. Necesitamos una estructura del mismo tipo para el periodismo, para salir de esta especie de tragedia shakesperiana: las escuelas de Periodismo de toda Europa están rebosantes de gente joven, de personas con talento e inteligencia, dispuestas a hacer algo por el periodismo, y sin embargo el sector privado no quiere invertir dinero en ese ámbito porque no gana dinero. Y a la vez, todo el mundo sabe que la sociedad necesita ese tipo de periodismo de interés público. En resumen: tenemos el talento, un modelo de mercado roto y un déficit democrático que es preciso solucionar. La solución requiere crear una estructura nueva que permita que el periodismo de interés público se financie de una manera independiente. De ese modo, emplearemos a los jóvenes que se han entrenado para ser buenos informadores y solucionaremos una necesidad democrática. Pienso que es un problema muy fácil de arreglar. Más aún, me pregunto por qué no se está haciendo ya.

El movimiento del 15M y algunas revueltas recientes en otros países han cuestionado la corrupción y la manera de funcionar del sistema, pero muchas veces se considera que los periodistas forman parte del problema, que pertenecen a ese sistema que se pretende cambiar. ¿Por qué sucede eso?

A veces los periodistas son parte del problema. Yo he vivido 24 años representando a periodistas. Y siempre he aspirado a representar al mejor periodismo. Pero nunca he pensado que la gente que representaba fuese perfecta. He representado a la vez al bueno, al feo y al malo. Algunos periodistas son malos simplemente porque siguen la corriente. Y otros son feos en el sentido de que traicionan su profesión: no son independientes en su manera de trabajar, les falta ética, no tienen sentido de los valores y hacen un gran daño al periodismo. Entre las críticas que se hacen a la profesión hay bastantes que son legítimas: el periodismo sigue organizando muchas veces su agenda en función de los ricos y de los poderosos de la sociedad. Hay muchas capas de la sociedad que se sienten sin voz, que ven que el periodismo no les representa. Tenemos la responsabilidad de repensar cómo nos relacionamos con nuestra audiencia si realmente queremos salvar el periodismo.

Por si fuera poco, la velocidad de las noticias de última hora, el “infoentretenimiento” y la competencia feroz por las audiencias parecen llevar al periodismo hacia una mayor frivolidad, precisamente ahora que la realidad es más compleja que nunca.

El periodismo actual está dictado por unas nuevas formas de sensacionalismo que son horribles. La cultura del famoseo, la fascinación por el dinero o el glamour obsceno son algunos de los resortes que explican gran parte del periodismo actual. Es llamativo: por un lado tenemos esta cultura del famoseo que promueve una visión edulcorada y glamurosa de la sociedad; y por otro, la agenda de malas noticias, que incluye temas relacionados con la inmigración, la lucha antiterrorista o el racismo, y que inocula miedo en la sociedad. O bien se alimentan fantasías absurdas o bien se refuerzan los odios y se crean verdaderas hostilidades entre grupos de la sociedad. Es un panorama absolutamente desolador e improductivo. Y es el periodismo el que lo ha inducido.

¿Cree que está en manos de los periodistas la posibilidad de recuperar su profesión?

Sí. De hecho, me parece que muchos periodistas ya lo están haciendo. Se están creando redes de periodismo de investigación por toda Europa. Hay periodistas que se reúnen, y que buscan noticias que sus editores no pagan. Son profesionales que se dedican al periodismo que incomoda a los gobiernos. También hay mucha gente que en Internet y la blogosfera está reconociendo que este periodo de irresponsabilidad y caos que han propiciado las nuevas tecnologías está tocando a su fin. En el mundo del periodismo, hay muchos ojos pendientes de unos nuevos estándares: cómo protegemos a la gente, cómo creamos una nueva ética, cómo desarrollamos una narrativa que sea responsable.

También ha escrito y teorizado acerca de la verdad como un elemento base de la ética periodística. ¿Qué verdad nos cuenta el periodismo de hoy?

La verdad periodística es un concepto que perseguimos constantemente, pero no existe. Un profesional debe esforzarse por contar la verdad, por hacer disponibles todos los datos que estaban a su alcance en el momento de elaborar la información. Pero un profesional sabe que cuando ponga esa información a disposición del público, podrá surgir algo nuevo, y la verdad cambiará. Un antiguo redactor jefe del Sunday Times afirmaba que la verdad sobre una guerra se descubre levantando los escombros: cada piedra que mueves revela algo nuevo. Un periodista puede preparar una noticia sobre un conflicto, pero quizá no conozca la verdad de ese conflicto hasta que haya pasado una semana, un año o una década. Esa es la realidad. La verdad objetiva es una aspiración terrible, y no se puede perseguir. Eso sí, hay que tener mucho cuidado con perseguir una realidad dibujada o inspirada por grupos de interés, ya sean políticos, económicos o culturales. Los buenos periodistas siempre preguntarán a todo aquel que trate de “venderles” algo. Y ahí está el problema: no hay suficientes periodistas que cuestionen a sus amigos.

¿Se refiere a aquellos de los que se sienten más cerca?

Sí. Sus amigos de derechas, de izquierdas, sus amigos de los negocios, de lo que sea. Una mente inquisitiva es absolutamente esencial, pero el coraje para hacer la pregunta difícil es mucho más importante. Porque los periodistas saben cuáles son las preguntas difíciles: ¿quién paga esto?, ¿quién gana con esto?, ¿qué intereses hay tras esto?

Respecto a la cuestión de la verdad, hay dos fenómenos que parecen contradictorios, pero que están presentes a la vez en el periodismo actual. Por un lado, las mismas noticias parecen estar en todos los medios, especialmente las noticias internacionales; y por otro, cuando uno se informa sobre la misma noticia en diferentes medios, parece que existan varias “verdades”. ¿Cómo es eso posible y por qué sucede?

Hay periodistas y testigos que ven las cosas de manera diferente dependiendo de dónde estén. Si uno observa un acontecimiento desde una colina tendrá una perspectiva distinta que si lo mira desde un valle. La cuestión es justamente la de la perspectiva con la que se ven las cosas. Los periodistas tienen que darse cuenta de que, si uno es blanco, es occidental y tiene una cierta noción del pluralismo democrático, mirará las cosas desde un punto de vista particular. En cambio, un palestino de Gaza las verá de una forma muy diferente. Por eso, pienso que tenemos que vivir con diferentes perspectivas de la verdad. Es un planteamiento que a mí me parece muy válido. Hasta que no apareció Al Jazeera, no estaba disponible para nosotros la perspectiva árabe de la verdad. Asumíamos todo lo que sucedía en el mundo árabe con una perspectiva occidental.

¿Deberían las redacciones ser más diversas también?

Es esencial. Tomemos el ejemplo de España. En los últimos diez o quince años ha habido un cambio demográfico enorme. El 12% de la población es hoy de origen inmigrante. ¿Reflejan eso los medios? Casi con total seguridad, la respuesta es que no lo hacen. Y eso quiere decir que la visión de la realidad está distorsionada. La BBC es en cambio un buen contraejemplo. A cualquier hora puede haber una cara negra haciendo un programa de cocina, de deportes, de política o de lo que sea. La diversidad de empleo debería reflejar no solo las diferencias culturales, sino también los distintos grupos sociales. En la actualidad, el 82% de los periodistas empleados tienen un título universitario. Y yo me pregunto: ¿tiene el 82% de la gente un título universitario? Por un lado, es necesaria gente cualificada; pero, por otro, es deseable que los medios y el periodismo reflejen de modo real cómo está conformada la sociedad.

Asegura usted que el contenido del periodismo debería tener más riqueza y profundidad, pero también hay quien sostiene que el periodismo proporciona al público lo que este quiere. ¿Podría ser que el público no estuviera preparado para recibir buena información?

Hay una diferencia importante entre el “me gusta lo que me dan” y el “¿me dan lo que me gusta?”. La gente aguanta la telerrealidad porque es facilota y apela a una cultura que no piensa: simplemente, se recibe información. Pero el hecho de que un producto tenga éxito, no significa necesariamente que ese producto es el que quiere la gente. En un conflicto relevante, o cuando hay un problema que de verdad interesa a los ciudadanos, estos se dirigen siempre a los medios tradicionales. Saben que pueden confiar en ellos. La gente siempre va a querer información filtrada. Y esa información estará disponible para ellos. Puede que no la quieran todo el tiempo. Pero tiene que estar disponible todo el tiempo. Yo no pienso que el periodismo sea más creíble por el hecho de tener audiencias masivas. Uno de los retos del periodismo es lograr que la información resulte atractiva: hay que contar las historias de forma que atrapen. Las buenas historias son algo absolutamente decisivo, siempre van a tener éxito. El buen periodismo trata sobre el interés humano, sobre las vidas de la gente, sobre cómo les afectan las cosas que pasan. El periodismo de segunda es casi tan doloroso como el periodismo simplemente malo. La falta de profesionalidad es algo que me pone de los nervios.

Y luego están los comentarios y el feedback de la audiencia. Gracias a Internet, se convierten en parte del contenido: la gente lee las noticias y después los comentarios…

¿De verdad cree que los leen? Los comentarios me parecen un sinsentido. Son de muy baja calidad. Creo que se trata de algo pasajero, que va a desaparecer. Sólo hace falta leerlos un par de veces para preguntarse por qué malgastamos oxígeno leyendo esa basura incoherente. El problema es extensible a otros aspectos de Internet, donde se publican muchísimas informaciones triviales, inventadas y anónimas. Es preocupante: hay una pérdida de privacidad y, al mismo tiempo, una falta de transparencia.

Antes hablaba de las carencias del periodismo de investigación en la actualidad. ¿No habrá surgido Wikileaks para compensarlas?

No. Periodismo de investigación es lo que hicieron los periodistas que lidiaron con la materia prima de Wikileaks. Cogieron aquello y lo convirtieron en algo que valía la pena. Wikileaks no es un sustituto del periodismo de investigación. Sé que muchos defienden que Julian Assange es un periodista. ¡No lo es! En este asunto, comparto absolutamente la postura del Guardian y del New York Times: Wikileaks es una fuente de información importante y útil, pero quienes trabajan ahí no son periodistas. Un periodista es alguien que se ocupa de reunir y diseminar información dentro de un marco de valores. Y ellos no lo hacen. Por eso los responsables de Wikileaks seleccionaron varias cabeceras de todo el mundo (The Guardian, Der Spiegel, The New York Times, El País y Le Monde) a la hora de hacer públicos sus descubrimientos: se dieron cuenta de que, si simplemente ofrecían la información, el alcance sería mucho menor. Aquellas exclusivas tenían sentido si las proporcionaban a través de un filtro reconocible: el periodismo.

Los periodistas tienen cada vez un acceso más limitado a las fuentes debido a la proliferación de gabinetes de comunicación. Hay quien cree que a Woodward y Bernstein no se les hubiera permitido hoy llegar tan lejos.

Creo que tiene razón. Si analizamos quién tiene la información y cómo se comparte, obtenemos que la que podríamos llamar “información controlada políticamente” es mucho mayor que la que procede del periodismo libre. Hay un desequilibrio terrible en favor de esa especie de acceso político-corporativo a las noticias. La mayor parte de la información que llega a los periódicos procede de notas de prensa, de fuentes de Estado o de departamentos corporativos. Eso es muy peligroso: los periodistas tienen que dejar de mirar a los profesionales de la comunicación institucional como meros micrófonos sin significado.

¿El periódico escrito está en vías de extinción, como pretenden algunos?

No lo creo. Pero va a convertirse en un mercado muy especializado a base de centrarse en el análisis, en la opinión, en el contexto. Y eso le será muy útil a la gente. No creo que las personas cambien de costumbres para siempre, pero dudo que recuperen las de antes. Intuyo que las cosas se van a reorganizar. Aunque, sinceramente, no tengo ni idea de qué va a suceder, de cómo será el mundo dentro de diez o quince años en lo relativo a la información. Nadie lo sabe, en realidad. En el periodismo estamos en el centro de un huracán: hay caos y destrucción, pero justamente porque estamos en el centro, no sabemos qué pasa fuera. Cuando las cosas se calmen, veremos qué queda. Yo tengo la sensación de que seguirá quedando el periodismo, aunque tal vez no sea el que conocemos hoy. De todos modos, no merece la pena ponerse nostálgicos. Vivimos en un panorama informativo completamente nuevo.

Todavía hay estudiantes que se matriculan en Periodismo dispuestos a cambiar el mundo. ¿Les diría que elijan otra profesión?

¡No! Les diría que el periodismo es una gran profesión, y que si uno quiere cambiar el mundo, ser periodista es un camino buenísimo para intentarlo. Uno puede entrar en el oficio por todo tipo de razones idealistas. No importa que sea demasiado pretencioso porque luego descubrirá que se trata de una profesión con los pies en el suelo. El periodismo está muy cerca de la realidad.

¿Cree honradamente que la estructura y el perfil de los empresarios de la comunicación les permitirán a esos jóvenes idealistas cumplir sus sueños?

Supongo que será complicado. Por eso necesitamos un movimiento nuevo. Un movimiento para reconstruir la confianza pública en el periodismo, y también la confianza de los periodistas en el periodismo. Creo que eso hay que hacerlo a diferentes niveles. Pero insisto: pienso que es un buen momento para el periodismo. Soy muy optimista.

¿De verdad?

Absolutamente.

Nota: Este artículo ha sido reproducido con autorización de la revista Nuestro Tiempo.

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