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10 cosas que los periodistas peruanos hicieron mal al informar sobre los LTGB

Por @cdperiodismo

Publicado el 22 de diciembre del 2011

 Por Gio Infante (*)

2011 ha sido el año de la dignidad de las lesbianas, travestis, gais y bisexuales (LTGB) en Perú. Nuestros besos escandalizaron a algún vecino de la Plaza de Armas de Lima, y la Policía, defensora de las buenas costumbres, nos golpeó en las sacrosantas escalinatas de la Catedral. Al día siguiente, un periodista se hizo el ‘machito’ en su programa radial y amenazó con patear a las parejas de lesbianas y gais que se besen frente al nido de sus hijas. Nos llegó el ánimo provocador y me besé en vivo y por cadena nacional con un conductor de televisión mientras convocaba a volver a tomar la Plaza. Y fuimos cientos los que nos besamos, cantamos y bailamos.

Foto: Sofía Pichihua (Febrero 2011)

Todo esto, en medio de una campaña electoral intensa y desgastante, hizo que no haya partido ni candidato presidencial que se eximiera de siquiera mencionarnos (aunque algunas situaciones como esta y esta fueron para la histeria). Incluso, luego de una histórica batalla legal, el Tribunal de Ética de la Sociedad Nacional de Radio y Televisiónsancionó a una radio homofóbica y esta nos pidió disculpaspúblicas.

No todo fueron victorias. El desempeño perverso de buena parte de los medios y periodistas peruanos satanizó la propuesta de ordenanza de no discriminación por orientación sexual e identidad de género que promovió la gestión Villarán en la Municipalidad Metropolitana de Lima. La polarización entre fundamentalistas religiosos y homosexuales, la opinión desinformada y la réplica de los maledicentes membretes de “ordenanza gay” y “ordenanza Sodoma” -entre otros- le hicieron flaco favor a la igualdad de derechos.

Por eso, presentamos este itinerario de las 10 cosas que los periodistas peruanos hicieron/hicimos mal al informar sobre las personas y derechos LTGB:

  1. Fingir neutralidad. La objetividad no existe. Los periodistas procesamos hechos de la realidad que vivimos y que impacta en nuestras vidas, por lo que es imposible pretender tener una posición aséptica. Nuestras coberturas recogen nuestro itinerario de vida, creencias y prejuicios, por lo que es mucho más sincero transparentar nuestra postura a la audiencia antes de decir “yo no estoy de ningún lado” o, peor aún, hacerse el gayfriendly diciendo “yo tengo amigos gais pero…” y lanzar trescientos argumentos trasnochados.
  2. Polarizar. Las luchas por la conquista de la ciudadanía plena de las personas y comunidades LTGB sí es ideológica. Sin embargo, no es ético echar mano del supuesto valor periodístico del conflicto para polarizar entre fundamentalistas religiosos y homosexuales libertinos, toda vez que se coloca sin mayor trámite a los LTGB como seres malos y hasta peligrosos de los que la sociedad debe defenderse (a no ser que trabajemos para la Conferencia Episcopal Peruana o algún órgano similar), y se desvía el sentido de estos debates, que son de derechos y leyes, no de dogmas y biblias. Tener en el estudio al panelista religioso y al activista es un recurso común que seduce a productores y editores, pero no aporta ningún nuevo elemento de juicio a la audiencia porque ya todos sabemos qué dirá cada uno. ¿Queremos novedad? Entrevistemos a líderes religiosos progresistas que demuestren que no todos son Ciprianis y Lays, busquemos a abogados especialistas en derechos humanos que le expliquen a nuestra audiencia los alcances reales de las normas (de paso, nos enteramos un poquito nosotros mismos) y ¡exprimamos a los activistas!
  3. Alentar y justificar la violencia. La libertad de expresión tiene límites expresos y no puede ser utilizada para violar o alentar la violación de los derechos de otros. Todos los ciudadanos tienen derecho a pensar que quieren patear a las parejas de lesbianas y gais, pero no tienen derecho a decirlo, porque esa frase deja de ser una opinión y se convierte en delito: coacción y discriminación. Y si el medio de comunicación lo ampara, se convierte en cómplice, además de violador de su propio Código de Ética y de la tan mentada autorregulación. Si tienen dudas, pueden consultar la resolución de la SNRTV al respecto. Sin embargo, no solo se viola derechos alentando la violencia, sino justificándola. Excusar los asesinatos homofóbicos y demás crímenes de odio con los móviles de celos o robo no solo promueve la impunidad sino que oculta a la audiencia la homofobia del homicida (y revela la del periodista). ¿O alguien cree que asesinar a alguien con 40 puñaladas o incendiar el cadáver es simplemente accidental? Para no olvidar: cada semana muere asesinada una persona LTGB en Perú única y exclusivamente por ser quien es.
  4. Ridiculizar, feminizar y animalizar. El personaje de ‘la loquita’ apareció hace tres décadas como la única forma socialmente tolerada de representar a travestis y gais. Su lengua afilada y apetito sexual insaciable la convierten en blanco fácil de las burlas y golpes, y su dolor es una advertencia para que los hombres jóvenes se alejen de todo lo considerado femenino, raro o feo. La feminización como herramienta de ridiculización se instaló como práctica corriente en nuestra prensa amarillista gracias al SIN de Fujimori y Montesinos, y perdura hasta nuestros días. No es extraño que los relatos de los crímenes de odio incluyan datos que en otros asesinatos serían irrelevantes, como qué diseño y color de ropa interior vestía la víctima. Y que todos los reportajes televisivos recurran únicamente a Rafaella Carrá, ABBA y similares para su musicalización a pesar que el tema no tenga nada que ver (y ojo que me encanta su música, pero por momentos parece que la guardan en una carpeta llamada “sonidos para gais”). Y del reduccionismo a la animalización ha habido menos de un pasito. Somos patos, chivos, cabros y mariquitas, nunca gais, menos ciudadanos.

    Foto: Esther Vargas

  5. Confundir los conceptos. El género no es una tela, como dice Fabiola Morales. El género es una construcción cultural que refiere a las diferencias creadas por las sociedades en determinados momentos y espacios históricos para diferenciar a ‘mujeres’ y ‘hombres’. Por su parte, el sexo refiere a las diferencias naturales o biológicas entre ‘hembras’ y ‘machos’, y se distingue a nivel cromosomático (XX/XY), gonadal (ovarios/testículos) y genital (vulva/pene). La orientación sexual es la capacidad que tienen las personas para sentir atracción hacia personas de su mismo género (homosexual), distinto (heterosexual) o ambos (bisexual). La identidad de género refiere a la certeza personal de ser ‘mujer’ u ‘hombre’ y no siempre concuerda con el sexo.
  6. Decir que todo es gay. Marcha gay, lobby gay y ordenanza gay. Todo parece ser gay, sin embargo no todas las personas que gustamos de alguien de nuestro mismo género somos gais. Los hombres homosexuales somos gais y las mujeres homosexuales son lesbianas. Y preferimos que se nos nombre con estas identidades antes que con el sello ‘homosexual’ que fue acuñado por la psiquiatría para designar nuestras prácticas sexuales y estudiarnos. Las personas cuya identidad de género y sexo no coinciden son trans: travestis, transgéneros o transexuales (una explicación clara de las diferencias está acá, y nos permitirá identificar que la definición más correcta para referir a las personas trans en la prensa es transgénero, aunque he utilizado y utilizo travesti por su posicionamiento en nuestro cotidiano). Debemos llamarlas en el género en el que se identifican. En la prensa solemos ver a las y no a los travestis. Además, hay personas que poseen combinaciones de cromosomas y genitales diferentes, a quienes se conoce como intersex y que antiguamente eran denominadas hermafroditas.
  7. Victimizar. Nos persiguen, pegan y matan, sí, sufrimos y lloramos, pero no lloramos solamente. La preocupación de dar rostro a las demandas nos ha hecho convertir el valor periodístico del interés humano en un pretexto para enfocar a las personas LTGB únicamente como víctimas oprimidas y muy pocas veces como ciudadanos emancipados. No basta con informar y denunciar la homofobia: tenemos el deber ético de mostrarle a nuestro público (en especial a nuestro público LTGB) que otra sociedad es posible.
  8. Sancionar la (homo)sexualidad.  Las palabras son portadoras de una fuerte carga simbólica. Escándalo y promiscuidad son categorías históricamente utilizadas para deslegitimar y sancionar a las personas no heterosexuales, pero ¿quién y de qué modo objetivo define qué es y qué no es escándalo? ¿quién y desde qué experiencia define cuántas parejas sexuales puede o debe tener una persona, o desde qué cantidad de amantes una persona pasa de no-promiscua a promiscua? Homosexualismo es también una categoría de sanción, porque los sufijos –ismo denotan “doctrinas, tendencias, teorías o sistemas”. Lo correcto es hablar, en todo caso, de homosexualidad, una orientación sexual inherente a los sujetos. Y como es inherente y natural, cuando las personas salen del clóset, asumen públicamente su orientación sexual, no la ‘confiesan’ ni ‘revelan’.

    Católicos protestaron ante manifestaciones LGTB - Febrero 2011. Foto: Sofía Pichihua

  9. Espectacularizar la agenda LTGB. Las plumas y colores son una forma de expresar nuestra alegre rebeldía y resistencia, sin embargo, han sido usadas por la prensa como pretexto para banalizar las demandas de las personas y organizaciones LTGB. Mientras los diarios sensacionalistas llevan las notas de las Marchas por el Día del Orgullo a sus páginas de espectáculos o farándula, los diarios más respetuosos nos colocan en su página metropolitana, pero nunca en política. ¿Acaso exigir una ley y el cese de los asesinatos no es político?
  10. Deformar las demandas. Los periodistas estamos obsesionados con el matrimonio igualitario. De otro modo, no me explico por qué esta demanda aparece como constante en la prensa aún en situaciones en las que el movimiento no habla de matrimonios sino de leyes y ordenanzas de no discriminación, o leyes que prevengan y sancionen drásticamente los crímenes de odio. ¿Tan difícil es leer nuestras notas de prensa o llamar a un activista antes de escribir?

Muy probablemente este itinerario de errores comunes aplique también a muchos, sino a todos los países de América Latina. Sin embargo, estoy convencido de que otro mensaje es posible.

 

(*) Gio Infante  es periodista, presidente del Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) y conductor del programa ‘A puño cerrado’ de La Mula.

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