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El periodismo de superficie

Por Mario Munive

Publicado el 30 de marzo del 2014

Cuatro tendencias que marcan el estilo de la prensa peruana: Noticias hiperfragmentadas, periodismo de declaraciones, ultiminutismo y contenidos pensados para agradar a los anunciantes. 

Por Mario Munive *

La promesa de desarrollar información en profundidad va desapareciendo del marketing editorial de la mayoría de medios impresos en América Latina. Para no perder lectores y anunciantes la industria ha optado por trivializar sus contenidos. Y esta tendencia se percibe con mayor nitidez en el Perú. Vivimos en el único país de Sudamérica donde las ventas de los tabloides populares no caen ni se estancan. Uno de ellos, Trome, es el diario escrito en español de mayor circulación en el mundo. Su tiraje actual: 700 mil ejemplares. Un éxito comercial que no se basa en la calidad de sus noticias. Pero los cuestionamientos que podamos enrostrarle a este diario –objeto de estudio en la escuela de negocios de Harvard– valen también para otros medios; sensacionalistas, deportivos o de impacto político. Casi todos comparten una idea de cómo debe hacerse periodismo en estos tiempos. En esta prensa las noticias se presentan ahora en formatos cada vez más compactos. Noticias breves y superficiales. Noticias diseñadas como píldoras, construidas con una vieja camisa de fuerza llamada pirámide invertida.

Los gurús de esta tendencia repiten cada noche, en las salas de redacción, que la gente ya no lee e insinúan que la calidad del contenido es lo que menos importa. Los diseñadores conciben diarios para una audiencia que supuestamente detesta la lectura. Para ellos un texto largo es aquel que tiene más de cuatro párrafos. Si se excede ese parámetro, aseguran, resultará aburrido. Esta obsesión por la brevedad textual es un sentido común instalado en los medios (no solo) tradicionales. Y eso explica por qué géneros como la crónica o el reportaje ya no encuentran espacio en las páginas de estos impresos. Se consolida así una tendencia del diseño de noticias[1] que, en su versión limeña y exacerbada, pica y desmenuza la información hasta dejarla raquítica, jibarizada, despojada de contexto. Basta abrir cualquier tabloide de cincuenta centavos para comprobarlo.

La línea correcta de este periodismo de superficie también ordena que la cualidad más cotizada de un medio, o de un periodista, no es la independencia o la innovación, sino la inmediatez; la habilidad para ser los primeros en difundir una noticia. Cierto es que las audiencias valoran la información trasmitida en tiempo real, pero lo que quiero poner en foco aquí es esta suerte de ultiminutismo[2] que ignora una regla del oro del periodismo de calidad: la verificación previa. Por esa vía se hace pasar como contenido periodístico desde rumores hasta información  institucional y publicidad. Las redes sociales y no pocos portales online viven hoy del ultiminutismo. Y en este afán medios que todavía gozan de una buena reputación han desbarrado más de una vez ante sus lectores. En consecuencia, es comprensible la incertidumbre que surge sobre lo qué es verdad o mentira de todo lo que se sube a internet o se cuelga en los kioscos. Verificar la información con más de una fuente parece un lujo que pocos editores quieren conservar en sus redacciones porque, como escribe Julio Villanueva Chang[3], muchos periodistas “viven esclavizados por el vértigo de la primicia”.

Y este periodismo que trasciende formatos y tecnologías, a menudo opta por los dichos e ignora los hechos. No busca historias, soslaya las descripciones y las anécdotas y cubre páginas, noticieros o portales online con declaraciones, especulaciones y trascendidos. Su estilo es el de la llamada “nota seca”; una plantilla pródiga en muletillas del tipo: dijo, añadió, precisó, señaló, sostuvo, sin embargo, no obstante, asimismo, como se sabe, por otro lado… De este modo los medios y sus periodistas se convierten en meros altavoces. Editores y redactores se limitan a reproducir la versión parcial e interesada de las fuentes. Le repiten al lector lo que los políticos declararon el día anterior, lo que ya apareció en portales online y en noticieros de radio y  televisión. Este periodismo de declaraciones difunde opinión en vez de información. Y es común que dependa de las notas que envían los gabinetes de prensa. Así, la agenda de los medios termina pauteada por los creativos de corporaciones de la comunicación, cada vez más influyentes en las redacciones. Se trata de una forma de ejercer la profesión periodística en la que las palabras de las fuentes desplazan a los hechos como el centro de la información. Cientos de reporteros no saben hoy cómo buscar y trasmitir hechos, y mucho menos contar historias. Han sido adiestrados para andar a la caza de dichos y reacciones[4].

Otro sentido común que me parece necesario cuestionar sostiene que el periodismo debe concentrarse en la búsqueda de buenas noticias. El periodismo de investigación o de denuncia agoniza en las redacciones donde esta tendencia ahora es ley. Los lectores, según la ideología de las buenas noticias, buscan sobre todo información blanda que los divierta y los relaje o que les sea útil en su economía doméstica. De este modo se instala una idea que ha sido vendida por los creativos del marketing como la panacea para curar a los diarios de la enfermedad que los está matando desde hace una década: el periodismo no debe enfocarse en los temas de interés público sino en los estilos de vida. Creo que el periodismo de calidad puede y debe cubrir ambos aspectos. Siempre ha existido y existirá una masa crítica e insatisfecha que espera información de interés público. Y este es un nicho del mercado que sí está dispuesto a pagar por información propia. ¿Por qué entonces (la mayor parte de) la industria lo ignora? Sostener, como se hace en muchos diarios, que los lectores solo buscan contenidos evasivos o de servicios esconde en el fondo otras motivaciones. Los académicos han acuñado el término comercialismo[5] para referirse a la prensa que ya no define sus contenidos pensando en informar a sus lectores, sino en agradar a sus anunciantes. El comercialismo es otra tendencia dominante en la industria de los medios. Para poseer una idea tangible de su influencia en los contenidos que se deciden en un medio escrito imaginemos a un editor avieso resolviendo el siguiente dilema de sus reporteros: ¿Hacemos un reportaje sobre la calidad del servicio de las empresas prestadoras de salud o una nota sobre mujeres regias y metrosexuales? No hay duda que el editor optará por el tema ligero (parajes turísticos, restaurantes de moda, mujeres que ya no usan brasier, etc.) y renunciará a encargar una investigación que resulte incómoda para un potencial anunciante.

Observo con escepticismo los vaticinios que se lanzan sobre el futuro del periodismo. Ponerle fecha y lugar a los funerales de la prensa escrita me parece una pérdida de tiempo. Quienes trazan una línea divisoria entre periodismo online y periodismo de papel olvidan que ambos formatos comparten los mismos vicios y defectos, la misma escasez de calidad informativa. Si alguna división creo pertinente , esta no debe subordinarse al uso de nuevas tecnologías, sino a la finalidad de nuestro trabajo. Separemos el futuro de la industria de los medios del futuro del periodismo. Una parte de esa industria sobrevivirá aferrándose al comercialismo y al infotenimiento. Pero el periodismo que nos interesa, aquel que recoge hechos y no solo dichos, que verifica una información antes de publicarla y que la desarrolla con equilibrio en cualquier formato, demanda tiempo y una inversión que la industria está cada vez menos disputa a solventar. Los modelos editoriales que surgen para sostener ese periodismo (narrativo, de investigación  o digital) revelan que un nuevo horizonte laboral, marcado por el emprendimiento, se abre para quienes egresan de las universidades o se alejan de la industria.

Sin soslayar la necesidad de una alfabetización digital de redacciones y escuelas de periodismo, desconfío de quienes miden la calidad de los contenidos de una redacción a partir de las habilidades o perfiles digitales que exhiben sus editores y reporteros. La calidad en el periodismo se sustenta en un cúmulo de valores, procedimientos y también destrezas. De ese conjunto pongo en primer plano la reportería y el énfasis que una oferta de contenidos asigna a la información de interés público. Hace cuatro años, en un encuentro con blogueros, editores y docentes, Guillermo Franco, el periodista colombiano autor del manual “Como escribir para la web”, remató su charla sobre la evolución de los medios con esta advertencia: “Con la mejor tecnología de este siglo también puedes hacer el peor periodismo del mundo”.


[1] Hiperfragmentación informativa es un término acuñado por el español Fernando Suárez Carballo para definir una nueva tendencia en el diseño de periódicos.

[2] “Ultiminutismo”, término utilizado por Eduardo Villanueva Mansilla, en una charla sobre la evolución de los medios en la era digital.

[3] El que enciende la luz, ensayo incluido en Antología de crónica latinoamericana actual.

[4] Este tema es abordado por el periodista español Miguel Ángel Vásquez Bermúdez en su texto Noticias a la carta. Periodismo de declaraciones o la imposición de la agenda.

[5] Una explicación de este concepto puede encontrarse en el ensayo Comercialización, publicidad oficial y concentración: Cómo afectan la economía y los negocios a la calidad periodística, de Rodolfo Barros, incluido en el libro Periodismo de Calidad: debates y desafíos: Buenos Aires, Fopea, 2007.

 

 

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Periodista y docente universitario. Actualmente enseña en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Especialista en géneros periodísticos, periodismo narrativo y nuevas tendencias de la comunicación

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