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El arma de Rubén, el arma de todos

Por @cdperiodismo

Publicado el 04 de agosto del 2015

Sonny Pimentel

Recuerdo cuando fui el pasado noviembre a fotografiar una manifestación enfrente del Consulado Mexicano de Atlanta. Llegué un poco temprano, y recuerdo haber preguntado al oficial de ahí muy ingenuamente sobre la demostración. Él, muy desapercibido, respondió que sí, pero que no pasarían del gate, pues no se tenía permitido ningún tipo de escándalo dentro de las instalaciones. No me sorprendió, incluso esperaba a que me arrestara. Esperé cerca de una hora para ver si llegaban más manifestantes. Poco a poco llegaron personas con carteles, y claro, con chamarras; hacía un frío tremendo. Le había avisado a mi profesora de historia que faltaría a su clase para cubrir la manifestación, y ella muy atentamente y preocupada,  poniendo sus manos sobre mis hombros, me dijo que tuviera mucho cuidado. Y no se equivoca al preocuparse. Podría haber sido peligroso, pero no fue así. Más mexicanos llegaron al lugar, preguntándose del uno al otro si vinimos a lo de la protesta. Todos decían que sí. La gente empezó a escribir Ayotzinapa. Vivos se los llevaron, vivos los queremos. Nos faltan 43. ¿Dónde están?. La protesta había comenzado. Y honestamente les digo que fue algo lindo, como mariposas en el estómago; una emoción de ver a la gente unida por una causa lejos de nuestro hogar, fuera de nuestro México. Yo comencé a fotografiar.

Manifestación frente al consulado mexicano en Atlanto

El periodismo en México se ha convertido en uno de los trabajos más peligrosos que se puede ejercer en el país, y esta vez le tocó al fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril, originario de Veracruz, quien trabajaba para la revista mexicana Proceso y la página fotoperiodística Cuartoscuro. De acuerdo con el portal digital mexicano Sin Embargo MX, Rubén “estaba en condiciones de exilio en la Ciudad de México porque se sentía bajo amenaza en el estado de Veracruz”. El portal también indica que Rubén “acusó directamente al Gobernador Javier Duarte de Ochoa de haber convertido esa entidad en un camposanto” en una entrevista reciente.

¿Por qué me solidarizo con Rubén ahora, y no con los periodistas que han asesinado en los últimos años en México, especialmente en Veracruz? Soy fotógrafa, con la esperanza de regresar un día a mi país para ejercer el mismo trabajo que Rubén hacía y por el cual fue asesinado. Mi interés por el trabajo periodístico se lo debo a las injusticias que se viven en el otro lado de la frontera, aunque no me atrevo a comparar el nivel de peligro que se vive en los Estados Unidos. Aquí en el otro lado del charco, los medios de información también enferman. Su cinismo y manipulación son una clase de norma para mostrar cierta verdad, como en todos lados. Pero en México esa norma no tienen madre y es lo que gobierna el país.

No conocí a Rubén en persona, ni él a mí. Yo sólo veía su trabajo en Cuartoscuro e Instagram. Su última publicación en la red social fue una fotografía en blanco y negro, con una frase que decía “Rubencillo se niega a alejarse de mí”. Es una imagen con juego de sombras y luces, un juego de siluetas. Él no sólo tomó la imagen, pero él era la imagen. Y así como el resto de su trabajo muestra un México herido y triste, Rubén también dio su ojo como puente hacia la realidad que viven los mexicanos a diario. El hogar de Rubén estaba entre las protestas, el metro, en la calle, en los charcos de agua, en las expresiones de cansancio o felicidad de la gente. Su hogar era ubicuo, como las guerras, el crimen y la inestabilidad de nuestro México. Su lente eran las llaves a ese hogar. Lo que Rubén nos daba era la esencia de una sociedad putrefacta y rota que lucha día a día para salir de ese bache, y nos lo matan. Así de simple. Porque la verdad duele, y en este caso, duele en los bolsillos e intereses del gobierno.

Se ha hecho de todo para proteger a los periodistas, o eso dicen. ¿Cuándo vamos a ver Joaquín López Dóriga asesinado? ¿O rumores de exilio de Adela Micha? Lo único que puedo pensar es que lo que te protege es dar una información manipulada; ser un pusilánime y títere de los cerdos gobernantes, de los de allá arriba. Chupársela para que no te maten, y se vengan con billetes en tu cara para que cierres el hocico y digas chingadera y media. El periodismo en México es la nueva prostitución de la información.

No me puedo imaginar lo que sentía Rubén al cubrir eventos como las manifestaciones de los mexicanos. No sé si él sentía las mariposas en el estómago, o si él lloraba al imaginarse un futuro mejor al ver la lucha de nuestra gente. Quiero pensar que sentía algo similar, porque sólo la pasión por la fotografía, por capturar la evidencia, las historias, causan esas emociones, y es mayor que el miedo de estar bajo el radar de los buitres del gobierno.

Y queridos gobernantes, en especial para usted, Enrique Peña Nieto: solo ha echado más leña al fuego. Ruegue para que no se queme en su propio infierno.

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