Claves

Mansplaining y medios de comunicación

Por @cdperiodismo

Publicado el 14 de septiembre del 2016

Por Diego Salazar (*)

En 2014, la escritora Rebecca Solnit publicó un pequeño y luminoso ensayo titulado ‘Men Explain Things To Me’. En 2008, cuatro años antes, Solnit había escrito un artículo con el mismo título, donde apuntaba por primera vez la idea que sería el origen del hoy extendido término mansplaining.

Tanto el libro como el artículo empiezan con una escena hilarante y terrible a la vez, que encierra la esencia y definición del concepto: Solnit y una amiga se encuentran en una elegante y aburrida fiesta en una mansión de Aspen, un pequeño pueblo de Colorado conocido por sus resorts y centros de ski para la clase media alta y alta americana. En un momento, el anfitrión se dirige a Solnit y le dice: “He escuchado que has escrito un par de libros”. A lo que ella replica: “Varios, en realidad”. A continuación, el dueño de casa le pregunta sobre qué temas versan sus libros. Solnit, que para entonces había publicado ya siete títulos sobre los asuntos más diversos, le empieza hablar del último: un ensayo biográfico sobre el inventor Eadweard Mubridge, que poco tiempo después recibiría, entre otros, el premio al mejor ensayo crítico del National Books Critics Circle.

Ni bien Solnit empezó a hablar, su interlocutor la interrumpió para preguntarle si había leído ya el “importantísimo” libro sobre Muybridge que había sido publicado ese mismo año. Solnit se quedó pensando un segundo, barajando la absurda posibilidad de que otro libro sobre el mismo tema hubiera aparecido al mismo tiempo que el suyo y, de alguna manera, ella no lo supiera. Mientras, el dueño de casa ya se encontraba perorando al respecto “con esa mirada petulante que tan bien conozco, la mirada de un hombre dando un discurso con los ojos clavados en el nuboso y lejano horizonte de su propia autoridad”.

La amiga de Solnit intentó interrumpirlo diciendo: “Ese es su libro”. Pero nada parecía perturbar la perorata; así que volvió a decirle, cuatro veces: “Ese es SU libro”. El tipo, cuando finalmente escuchó, se puso pálido. “El que yo fuera la autora de ese importantísimo libro que él, resulta, no había leído, del que solo había leído la reseña aparecida en el New York Times Review unos meses antes, alteraba de tal manera la pulcra categorización de su mundo, que se había quedado mudo”, escribe Solnit. Cuando la autora y su amiga se alejaron lo suficiente para no ser oídas, estallaron en carcajadas.

Esto, claro, no ocurre únicamente en el ámbito privado. Los medios, sus artículos, entrevistas y columnas de opinión están repletos de ejemplos de mansplaining. Periodistas y columnistas que tratan a mujeres –políticas, especialistas, técnicas otras periodistas-, muchas veces más competentes que ellos, como si se dirigieran a niños de cinco años a los que deben explicar paciente y detalladamente lo que esas mujeres no solo conocen sino que –en ocasiones- es el tema mismo y la razón por la que se las ha contactado.

El debate público en general, la arena que hemos levantado para discutir los temas que nos importan como sociedad, ya sea en los medios o fuera de ellos, es un constante recordatorio para las mujeres de que sí, ok, está bien que tengan una opinión, pero si hay un hombre que diga lo mismo o parecido, es mejor que sea él quien reciba el espacio, la atención, el auditorio y/o la paga. Y si, por un caso, decidimos concederte el generoso regalo de ponerte un micrófono o una grabadora o una audiencia delante, ya te interrumpiremos para decir aquello que quieres decir mejor que tú.

No se me escapa la ironía de que sea yo, un editor y periodista hombre, quien utilice este espacio para apostillar y reflexionar acerca de un concepto desarrollado originalmente por una mujer. Pero creo que es importante que no sean solo las mujeres quienes señalen, discutan, se enfurezcan o reclamen ante los sutiles y no tan sutiles mecanismos que la sociedad ha perfeccionado para silenciarlas. Creo que también los hombres, en este caso los responsables de medios hombres, debemos no solo tomar conciencia, enfrentar el problema y plantear el debate al interior de nuestras organizaciones, sino que es necesario que alcemos también la voz para llamar la atención sobre la injustas, lo perniciosas y empobrecedoras que resultan estas actitudes para todos los que estamos interesados en el debate público.

En Estados Unidos, un joven conglomerado de medios llamado Vox Media, que incluye al site de política Vox.com, la página de tecnología The Verge o el conocido portal gastronómico Eater.com, entre otros, publicó el año pasado un código de conducta para sus empleados (periodistas y no-periodistas), que bajo el subtítulo de COMPORTAMIENTOS INACEPTABLES decía:

“Evitar correcciones pedantes como ‘bueno, en realidad..’ que son a menudo ofensivas e improductivas; hagamos un esfuerzo por no interrumpir a nuestros colegas mientras hablan; nunca respondamos sorprendidos cuando alguien solicita ayuda; y tengamos cuidado en no tratar a nuestros colegas con condescendencia ni asumir que sabemos todo sobre un tema. Este último punto es particularmente importante cuando se tocan asuntos relacionados con tecnología: muchas mujeres y personas de color en la industria tecnológica han experimentado mansplaining sobre un tema en el que son expertos, o han sido excluidos de oportunidades de aprendizaje porque un colega no hizo el esfuerzo de responder sus preguntas. No seamos esa persona. Recordemos que nuestros colegas pueden poseer pericias que ignoramos, y que debemos escuchar al menos tanto como hablamos”.

Los periodistas, que trabajamos intentando traducir para nuestros lectores asuntos que, a priori, ignoramos o escapan a nuestra comprensión, para lo cual necesitamos consultar constantemente con especialistas de otras ramas, haríamos bien en aplicar ese código en nuestras relaciones no solo dentro sino fuera de la redacción.

No conozco hombre –periodista, editor, lo que sea- al que no se pueda culpar de haber incurrido en mansplaining en algún momento. Muchos de ellos no somos machistas, o más bien, luchamos contra nuestro machismo día a día, intentamos –no siempre con éxito- no caer en él, porque tan imbuido, tan entretejido, se encuentra en nuestras sociedades -y nuestro mundo laboral- el machismo que incluso hemos acuñado otro término casi exculpatorio para ese tipo de comportamientos no violentos, no explícitos, como el mansplaining.

Micromachismo, decimos, como si no se tratara de machismo a secas, de la más ridícula y ofensiva condescendencia. Como si no alzar la mano o la voz, como si no imponernos con violencia o actuar “sin querer queriendo”, ciegos ante el origen y consecuencias de nuestra actitud, fuese suficiente excusa.

Que quede claro, no lo es. Como ocurre con la ley, aquí tampoco la ignorancia nos libra de responsabilidad, la ceguera no nos exime del deber.

*Una versión distinta de este artículo se publicó primero en Perú21.

(*) Es editor multiplataforma del diario Perú21

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