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Periodismo de periodistas: ¿Y si dejamos de lado nuestros infladísimos egos?

Por @cdperiodismo

Publicado el 27 de septiembre del 2016

Por Diego Salazar (*)

El periodismo es un oficio cuya labor consiste, básicamente, en compilar, procesar, producir y distribuir información, para lo cual los periodistas han de sumergirse a distintos niveles de profundidad en un asunto, un evento o una historia para salir a flote unas horas, días, meses o incluso años después con un relato y –a veces– una explicación coherentes. Son esa dedicación y esa vena narrativa las que, entre otras razones, lo hacen más susceptible que otros gremios a la autocontemplación, el ombliguismo, la grandilocuencia del propio relato y la exageración de su propia importancia.

Los periodistas buscamos llamar a como dé lugar –casi literalmente– la atención de los lectores sobre el contenido que producimos, más aun en tiempos en los que debemos competir por esa atención con un sinfín de productos culturales muchas veces más entretenidos y de consumo más inmediato.

No es que la tendencia al sensacionalismo sea algo nuevo en la prensa, de hecho ese afán por “presentar historias de una forma orientada a conseguir el interés y excitación del público a costa de la precisión” (según la definición del Oxford Dictionary) ha estado siempre entretejido con el oficio, pero no es difícil argumentar que de un tiempo a esta parte los periodistas –ahí están todos esos titulares regados en páginas web repletos de palabras como “mejor”, “peor”, “más”, “increíble”, etc.– convertimos con demasiada frecuencia cualquier escaramuza trivial en una epopeya homérica.

Si hacemos eso con otros temas, a los que dedicamos un periodo siempre limitado de nuestro tiempo y nuestras vidas, ¿qué no haremos con EL tema al que no podemos rehuir, al que no podemos dejar de prestar atención incluso si quisiéramos: nosotros mismos?

El llamado periodismo de periodistas por lo general no interesa a nadie más que a los periodistas y sus amigos, o a aquellos que aspiran a ser una u otra cosa. Sin embargo, las redes sociales y su burbuja de filtro han conseguido crear la ilusión de que a la audiencia le importa lo que el medio A diga del medio B, que la pulla que el periodista X le lanza a la periodista Z, no solo tienen relevancia –y casi nunca la tienen– sino que hay un público interesado en ese tipo de “información”.

Esto, claro, no es verdad. Ocurre, para hablar de las dos redes sociales más pobladas, que en Facebook –como en la vida real pero con mayor intensidad– solemos relacionarnos con aquellos que son como nosotros, y que Twitter, cuya incidencia real entre los usuarios de Internet es bajísima (en Perú solo el 17% de las personas conectadas tienen una cuenta, frente al 90% en Facebook) está repleto de periodistas o aspirantes a periodistas.

Hace dos años, la editora de audiencias de Perú21, Esther Vargas, y yo hicimos una apuesta informal sobre este tema. Por entonces no trabajábamos juntos aún, y en algún foro, no recuerdo si virtual o presencial, habíamos discutido sobre la importancia de Twitter. Poco tiempo después nos encontramos en un seminario de periodismo digital, donde no habíamos más de 300 personas en la sala de conferencias de un hotel de San Isidro. Para probar mi punto, le aposté que en menos de una hora el hashtag –un acrónimo insulso– propuesto por los organizadores del evento escalaría hasta los cinco primeros puestos de los trending topics locales. Creo que bastaron 30 minutos. 300 personas, todas con un teléfono o un iPad conectado, reunidas para hablar casi en exclusiva de lo maravillosamente bien que hacíamos nuestro trabajo, lo ingrato que era el público y cómo eso afectaba a la industria periodística, nos habíamos bastado para generar la ilusión de que había una audiencia interesadísima en lo que comentábamos.

Existen excepciones, claro. Hay ocasiones en que las personas de a pie se interesan de forma masiva en un periodista o medio hechos noticia. Por lo general, el interés en realidad tiene que ver con la naturaleza criminal o sexual –cuando no ambas– de la historia más que con cualquier discusión deontológica. En casi todos los demás casos, los periodistas haríamos bien en utilizar los medios a nuestra disposición para proseguir y profundizar en nuestra labor de compilar, procesar, producir y distribuir información relevante para el público, aun a costa de dejar de lado nuestros infladísimos egos, y tratar nuestras batallitas y trifulcas personales de la misma forma en que las trataría un zapatero o un médico.

(*) Diego Salazar es editor multiplataforma en el diario Perú21.

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