En su columna en El Colombiano, el gran Alberto Salcedo cuenta sus inicios como cronista desde una máquina Brother que le regaló su abuelo materno.
«En principio escribía sin preguntarme si mis textos le interesarían a algún editor. Solo le obedecía al instinto: sentía ganas de sentarme frente a la máquina Brother para borronear un párrafo tras otro. Eso era todo», escribe Salcedo. En ese tiempo no necesitaba más lectores que su primo y su tío para sentir que aquello valía la pena.
Tardó para que lo publicaran. Salcedo se reconoce como un tipo tímido e incluso admite que «de manera inconsciente estaba construyendo una pedagogía de la decepción», algo que le diría el maestro Germán Vargas Cantillo y «algo necesario cuando se empieza a escribir».
El premio más hermoso a su terquedad llegó un día.
Esta es la historia.









